viernes, 20 de diciembre de 2013

Un mito más a desmitificar en los alimentos congelados: su sabor es diferente al de los frescos – (I)


En un anterior artículo de este mismo blog
(http://industriaalimentariaaguilarycano.blogspot.com.es/),
que titulamos Algunas creencias sin fundamento sobre los alimentos congelados (22/10/2013), fueron ya tratadas cuatro leyendas urbanas o mitos que, sin fundamento alguno, existen y están relacionados con los productos alimenticios congelados. Tuvimos ocasión de analizar entonces, con el fin de aclarar conceptos, cómo no era verdad que los alimentos congelados alimentan menos que los frescos; cómo no era cierto tampoco que a los congelados se les añaden conservantes y sustancias artificiales para una mayor durabilidad; cómo, a pesar de su conservación congelada, estos productos también tenían fecha de caducidad; y, finalmente, cómo debían ser descongelados de forma diferente según el producto de que se tratase, ya que ese proceso no era igual para todos los congelados.
Una amable lectora de aquel artículo echó en falta un mito más (posiblemente haya algunos otros) que no se trataba en el ya referido y que no es otro que el que está relacionado con las características organolépticas (sabor, olor, color, textura, etc.) de los productos congelados con relación a los productos frescos. Y no le faltaba razón.
Podemos hacernos, pues, la siguiente pregunta: ¿Mantienen los congelados los mismos sabores, olores o colores, entre otras características fisicoquímicas, que los productos frescos? ¿Saben, huelen o tienen el mismo aspecto unos que otros? Intentemos dar aquí y ahora una respuesta meridianamente clara a esas cuestiones. Pero, antes, parecería procedente explicar algunos conceptos básicos relacionados con el proceso de congelación, como, por ejemplo, ¿qué es, precisamente, la congelación?

Básicamente podemos definirla como la conversión en hielo del agua contenida en el interior de los alimentos, una vez que estos son sometidos a un descenso progresivo de la temperatura. Con ello se logra paralizar, casi por completo, la actividad bioquímica interna del producto alimenticio, consiguiendo que se conserven en toda su integridad la calidad, el sabor, la apariencia y todos los valores nutricionales del alimento fresco hasta que este vaya a ser consumido.
Con el paso del tiempo, las técnicas de congelación industrial se han ido perfeccionando hasta unos límites que hace unos años eran impensables y, hoy por hoy, podemos congelar cualquier tipo de alimentos, desde verduras recién recolectadas pasando por pescados tras su inmediata captura o carnes de animales después de su sacrificio, sin olvidar aquellos alimentos precocinados, preparados para un consumo rápido en el hogar. Con esas técnicas tan avanzadas se ha logrado que los productos alimenticios lleguen al consumidor final con las máximas garantías higiénicas, de seguridad alimentaria y de calidad, ya que el proceso de congelación consigue detener la natural degradación del producto e impedir la proliferación bacteriana por un crecimiento indeseado de microorganismos patógenos. Y es que una congelación rápida de un alimento, sea tras su captura o sacrificio, sea tras su recolección, impide que este comience a degradarse indeseablemente, garantizando la casi total ausencia de colonias bacterianas en él. Ello nos permite afirmar, entonces, que la congelación es una más que efectiva técnica antimicrobiana, principalmente de hongos y levaduras, bacterias y helmintos o gusanos parásitos (caso del Anisakis en el pescado o la Triquinella en la carne de cerdo, aunque en este caso se requiere también su cocinado completo). Es, asimismo, una técnica conservadora que no necesita ni tan siquiera tener que acudir a sustancias añadidas artificialmente, como ya tuvimos ocasión de referir en el artículo antes mencionado de este mismo blog.

En resumidas cuentas: la congelación consigue, por un lado, que los alimentos no se pudran rápidamente y, por otro, que las cualidades nutricionales y organolépticas se conserven en toda su integridad. Pero, eso sí, siempre que no se rompa lo que se conoce como la cadena de frío, es decir, que no seamos capaces de conservar las bajas temperaturas del congelado y provoquemos, por ello, un fracaso del proceso de congelación. Porque la actividad enzimática bacteriana no se detiene del todo durante el congelado sino que se lentifica de manera notable por lo que no se impide el deterioro progresivo del alimento. De ahí que se diga que los congelados también caducan, que no son eternos, algo que también tuvimos ocasión de referir en el artículo anterior.
Para alcanzar esa efectiva barrera antimicrobiana necesitamos saber que la temperatura de congelación idónea, internacionalmente establecida, es la de -18º C, por debajo de la cual no es posible, como ha quedado ya científicamente demostrado, que se produzca una proliferación bacteriana resaltable. No obstante, es conveniente saber que el proceso de congelación tiene que realizarse de una manera muy rápida (en la industria existen los equipos necesarios, conocidos como abatidores; no así en el ámbito doméstico) para alcanzar, casi de una manera inmediata, una temperatura de refrigeración por debajo de 3º C, gradación en la que el agua de constitución de los alimentos comienza a solidificarse antes, evitando así una mayor ruptura de las paredes celulares del alimento, consiguiéndose con ello una mejor conservación de la textura, de la apariencia y, algo fundamental, los valores nutricionales.



(continuará)

martes, 29 de octubre de 2013

No más zumo de frutas con azúcar

Un Real Decreto aprobado este viernes por el Consejo de Ministros veta el uso de azúcares añadidos en los zumos de frutas envasados
CARLOS G. CANO   11-10-2013 - 18:43 CET
"Antes, cuando los depósitos eran relativamente pequeños, a principios de temporada los zumos eran ácidos mientras que, a finales, eran muy dulces. Pero ahora, como las cubas son de millones de litros y todo queda mezclado, ya no es necesario igualar el sabor". Así es como Alfonso Mena, secretario general de la patronal Asozumos, explica el cambio en la normativa de los zumos. Un cambio solicitado por la misma industria y con el que España se ajusta ya a la directiva europea aprobada en abril de 2012.

Zumos de fruta

El Real Decreto regula también el uso de aromas, que pasa de ser obligatorio, en los zumos procedentes de concentrado, a simplemente "voluntario", explica Mena por teléfono. "Así ahorramos, porque en algunos casos eran muy caros, y adulteramos menos".
La nueva normativa podrá aplicarse también al tomate que, al no ser una fruta, quedaba excluido de la regulación vigente. "Ahora el tomate, aunque es un fruto u hortaliza, ya se considera como una fruta más, y a su zumo se le puede añadir sal, especias o hierbas aromáticas", señala el portavoz de Asozumos.
¿Zumo, néctar o concentrado?
La normativa europea distingue entre tres tipos de "fruta líquida", según Mena. El zumo es simplemente zumo, valga la redundancia, exprimido con procedimientos mecánicos y posteriormente envasado para su comercialización.

El "zumo procedente de concentrado", que supone un 90 % del total de la producción, es un líquido reconstituido tras la separación del agua y el concentrado de fruta (más fácil de conservar y transportar). El néctar, por su parte, indica que se ha disuelto la fruta en agua. Cuando el zumo es "demasiado denso o ácido, como pasa con el plátano o el limón", se rebaja para que resulte bebible.
Publicado en la Cadena Ser.

Algunas creencias sin fundamento sobre los alimentos congelados


José Antonio Barrionuevo,
Técnico Superior en Procesos y Calidad en la Industria Alimentaria


Ni que decir tiene que los productos congelados son, hoy por hoy, una parte destacada y fundamental de la alimentación del ser humano. Como suele ser habitual, en torno a aquellas cosas que nos resultan importantes suelen generarse numerosas falsas creencias, mitos sin fundamento alguno que nos hacen pensar más de lo necesario sobre qué es lo adecuado o no de esas mismas cosas de importancia.
Es lo que sucede con los alimentos congelados que han sido etiquetados con determinado mitos, algunos de los cuales se sustentan en una base real, si bien la mayoría son simple y llanamente leyendas urbanas, falsas de toda falsedad.
En este artículo intentaremos desmitificar cuatro de esas leyendas, quizá las más populares, con la finalidad de hacer ver que los congelados nada tienen que ver con esas creencias sin justificación.


Leyenda urbana número 1.
“Los congelados alimentan menos que los productos frescos”.
Que los productos que han sido congelados no poseen las mismas cualidades que aquellos que son frescos, no es verdad en absoluto.
Para rebatir esta falsa teoría podemos fundamentarnos en que la congelación industrial permite mantener y preservar el valor nutricional completo así como la frescura y sabor de los alimentos. A veces, incluso, llegan a ser más nutritivos que los propios alimentos frescos.
La base científica para tal afirmación radica en que, generalmente, un producto fresco es congelado casi de inmediato, prácticamente tras su recolección o tras su proceso de elaboración. Por ello, se puede afirmar sin riesgo a equivocarnos que los congelados sí mantienen las mismas propiedades nutricionales y las mismas características alimenticias que los alimentos frescos. El motivo: a -18º C, los alimentos se conservan perfectamente, preservando todas sus cualidades como producto alimenticio y, por ello, su calidad íntegra ya que no sufren alteraciones en su morfología.

Leyenda urbana número 2.
“Los productos congelados usan conservantes y sustancias añadidas artificialmente”.
Otra idea muy extendida sobre los alimentos congelados, que sin fundamento circula con cierta libertad, es aquella que piensa que la industria alimentaria añade durante el proceso de congelación determinadas sustancias artificiales para que ayuden a la conservación del producto antes de su comercialización. ¿Debemos creernos, pues, este mito infundamentado?
Hace miles de años, el ser humano descubrió, posiblemente de manera empírica, es decir, como fruto de su experiencia y de la práctica durante décadas, que el hielo impedía la degradación y el deterioro de los alimentos, comenzando a usarlo con el claro objetivo de conservar los productos de los que se nutría.
El proceso de congelación básicamente consiste en convertir el agua que los alimentos contienen de forma natural en su interior en hielo. De ahí que podamos considerar la congelación como un método completamente natural y saludable ya que mantiene y asegura, o preserva, la frescura y características generales de los alimentos durante un mayor periodo de tiempo, alargando por tanto la vida útil del producto, sin necesidad de que se tengan que añadir conservantes de ningún tipo para conseguir esa mayor durabilidad.
La explicación, muy clara, es la siguiente: ¿para qué se va a añadir ninguna sustancia conservadora si el frío es el mejor conservante que se conoce? Gracias a las bajas temperaturas, siempre por debajo de 0º C, punto de congelación para el agua, los productos que son congelados mantienen sus cualidades y aspecto en perfecto estado, como si por ellos no pasara el tiempo, como si hubiesen recibido un tratamiento antiaging, de antienvejecimiento.

Leyenda urbana número 3.
“Los congelados pueden ser almacenados sin límite temporal alguno”.
Muchas personas tienen la falsa creencia de que los alimentos congelados duran para siempre, como si fueran eternos, lo que no deja de ser o un despropósito o una inocente exageración. Por ello, en los envases de los alimentos congelados, en todos sin excepción alguna, aparece siempre indicada la fecha de caducidad del producto. De una forma muy genérica y tras haber realizado los oportunos y previos estudios científicos, los alimentos sometidos a proceso de congelación pueden permanecer en un congelador doméstico, sin sufrir alteración alguna, durante un margen temporal que se sitúa entre los 3 y los 12 meses.
Podemos, en resumen, garantizar que, si seguimos adecuadamente las indicaciones de los fabricantes, la completa inocuidad del alimento congelado. Pero ello no nos sirve para considerar dicho alimento como eterno. Si así fuera, nuestros congeladores se convertirían en una especie de museos alimentarios que conservarían sine die los alimentos congelados en su interior.

Leyenda urbana número 4.
“Todos los alimentos congelados se descongelan de la misma forma”.
Acudimos nuevamente a los envases del producto. En ellos, la industria productora nos indica cómo debemos consumir el producto adquirido. Observando diferentes productos seremos capaces de descubrir que no todos se descongelan del mismo modo. Así, a título de ejemplo, algunos ni siquiera necesitan descongelarse previamente, pudiendo ser cocinados de manera directa, nada más sacarlos del congelador. Es decir, sabemos, por tanto, que existen diversas formas de descongelar un producto, dependiendo de la tipología de este. Solamente tenemos que saber cómo proceder ante él, una información clave que nos suele facilitar la propia industria de proceso y que aparece, por norma general, en el envase.


Hemos descubierto, o al menos esa ha sido la intención, aunque de una manera muy rápida, cómo existen determinadas leyendas urbanas en relación con los productos sometidos a congelación que muchas veces nos suelen dejar helados, si no congelados. Esperamos, ese es nuestro deseo, que este artículo haya conseguido, en parte, derretir tales falsas creencias.


Fuente: Nestlé TV

viernes, 11 de octubre de 2013

ENCUESTA SOBRE EL ETIQUETADO


Encuestadas cerca de 1.000 personas sobre sus hábitos de lectura del etiquetado de alimentos

Solo uno de cada dos encuestados lee siempre el etiquetado de los productos.

El 94% cree que se utilizan términos excesivamente complejos y el 86% opina que debería modificarse
Ir a la compra no siempre es fácil. Las prisas, la búsqueda de los precios más competitivos, la pereza que a muchos le suscita el acto en sí... Todo ello provoca que en demasiadas ocasiones no prestemos toda la atención que merece esta actividad. Con frecuencia no somos conscientes de lo que compramos ya que solemos saltarnos leer el etiquetado nutricional de los productos. Se trata del principal medio de comunicación entre productor o distribuidor y consumidor, así como una herramienta clave para realizar elecciones debidamente informadas. Sin embargo, pese a que las etiquetas de los alimentos aportan datos muy útiles, no siempre reciben toda la atención que merecen. Por este motivo, EROSKI CONSUMER ha querido saber si los consumidores atienden realmente al etiquetado de los productos, si conocen y saben interpretar su significado y si lo consideran útil.
Para ello, la revista entrevistó durante el mes de agosto a cerca de 1.000 personas mayores de edad, todas ellas procedentes de las 17 comunidades autónomas. Como conclusión, solo una de cada dos personas encuestadas lee siempre el etiquetado de los productos que adquiere y de ellos, apenas la mitad entiende con frecuencia la información declarada. Es más, aunque un 78% lo consideran una herramienta útil, solo a la mitad le influye siempre en la compra. Puede que esto se deba a que el 94% de los encuestados cree que se utilizan términos excesivamente complejos y el 86% considera que en el etiquetado deberían realizarse modificaciones.
Leer la etiqueta: no es un hábito para todos
La función del etiquetado en los alimentos es la de informar sobre lo que contiene un producto y su existencia responde a uno de los derechos básicos del consumidor: "la información correcta sobre los diferentes productos o servicios y la educación y divulgación, para facilitar el conocimiento sobre su adecuado uso, consumo o disfrute", según el artículo 2.1.d de la Ley General 26/1984 para la Defensa de los Consumidores y Usuarios.
Aun así, pese a disfrutar de este derecho, ¿el consumidor final lee la información que se le ofrece en cada producto? En la encuesta realizada por EROSKI CONSUMER, una de cada dos personas entrevistadas dijeron hacerlo siempre, pero otro 45% confirmó que solo a veces y un 5%, nunca. Por provincias, todos los encuestados manchegos, valencianos y riojanos aseguraron leer la etiqueta frente a uno de cada diez gallegos, cántabros y castellanoleoneses entrevistados que aseguraron no hacerlo nunca. No hay diferencias apreciables por sexo, pero sí por edad. Entre quienes confirman esa lectura, son los más jóvenes de entre 18 y 34 años quienes lo hacen siempre en mayor proporción, un 58% de ellos. Por su parte, el 47% de los mayores de 55 años examinan las etiquetas solo a veces.
La fecha de caducidad, lo que más se lee
Casi la mayoria de los encuestados (93%) que afirman fijarse en el etiquetado lee siempre la fecha de envasado y caducidad o consumo preferente, otro 81% también dice prestar atención a la información nutricional y un 72% pone sus ojos en la lista de ingredientes y alérgenos.
Tanto por edad como por sexo y procedencia, el dato en el que se fijan los encuestados en mayor proporción es la fecha de envasado y caducidad o consumo preferente (el 93% de ellos) y en menor proporción al nombre o razón social y dirección del fabricante (el 31%). Aun así, se produjeron algunas excepciones. Los jóvenes de entre 18 a 34 años se fijan en mayor medida en la información nutricional (el 90% de ellos), al igual que los asturianos encuestados (el 96%). Los cántabros y gallegos entrevistados, por su parte, atienden más a la lista de ingredientes y alérgenos (el 93% y el 85% de los encuestados allí respectivamente)


domingo, 22 de septiembre de 2013

Cómo conservar el pan.

El pan suele endurecerse como resultado de la pérdida de humedad en las moléculas de almidón
  • Por MARTA CHAVARRÍAS
  •  
  • 18 de septiembre de 2013
- Imagen: jendo neversil -El pan es un alimento de consumo habitual en los hogares españoles. Según los últimos datos presentados por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA), el consumo de este alimento ha crecido en un 1,8% durante los meses de mayo de 2012 a abril de 2013, sobre todo de pan fresco y congelado. Este alimento suele endurecerse con rapidez como resultado de la pérdida de humedad en las moléculas de almidón, el principal constituyente en la miga del pan. El artículo explica cuál es la mejor manera de almacenarlo para que se mantenga fresco durante más tiempo.
El pan es un alimento que se obtiene tras la cocción de una pasta de almidón, es decir, de harina y agua, a la que se añade agua, sal y levaduras. La función de estas últimas es provocar en el interior del alimento una reacción que genera pequeñas burbujas de dióxido de carbono, lo que da un efecto esponjoso al pan. Este alimento, como otros productos perecederos, tiene una vida útil corta porque envejece y endurece durante un almacenamiento prolongado. Tras el horneado, se empiezan a producir cambios como redistribución de la humedad, retrogradación del almidón (las moléculas de almidón se cristalizan) y pérdida de aroma y sabor.
En muchos de los casos, las investigaciones en este campo sugieren que la causa del endurecimiento es la migración de la humedad de la miga a la corteza. Cuanto mayor es la cantidad de humedad, más rápido se endurece. El deterioro del pan responde, pues, a un complejo proceso en el que están implicados varios cambios físico-químicos.

Conservar el pan más tiempo

La manera cómo se almacene el pan en casa es fundamental para conseguir algo más de conservación. Para evitar que el interior se seque y se ponga duro, es importante tener en cuenta algunos pasos:
  • Utilizar bolsa de papel o tela para almacenarlo porque de esta manera se consigue reducir la pérdida de humedad y que el pan pueda "respirar". El plástico, en cambio, acelera la aparición de mohos.
  • Debe conservarse a temperatura ambiente.
  • Debe evitarse introducir el pan en la nevera (excepto el pan de molde) ya que el frío acelera la descomposición.
  • Si se desea conservar durante más días, puede congelarse sin problema envuelto en plástico o papel de aluminio.
  • Cuanto más grande sea la pieza de pan, más tiempo se conservará en buenas condiciones. Los panes de formato grande se conservan mejor porque la corteza suele ser más gruesa, lo que permite conservar mejor la humedad en el interior de la miga.
  • Debe evitarse el contacto directo del sol y conservarlo en un lugar seco. Si se almacena en una zona húmeda, podrían desarrollarse hongos indeseados.

Pan fresco durante semanas

Los avances tecnológicos para conseguir alargar la vida útil de los alimentos han sido y son numerosos. A finales de 2012, un grupo de expertos estadounidenses presentaban MicroZap, una tecnología basada en un dispositivo de microondas capaz de esterilizar los alimentos y evitar la proliferación de hongos y bacterias patógenas. Según los expertos, se ha conseguido mantener una rebanada de pan en óptimas condiciones durante 60 días con el uso de pulsos de microondas con la diferencia de que con este sistema no se generan puntos fríos ni calientes. Por el momento, este sistema aún resulta costoso, aunque los expertos no descartan que en un tiempo pueda ser rentable. La aplicación de esta técnica se ha hecho en alimentos como la carne picada de pavo y frutas frescas como el melón.

MENOS TIEMPO DE COCCIÓN DEL PAN

Una investigación reciente llevada a cabo por expertos británicos del Campden BRI, una organización independiente de investigación y desarrollo en la industria de alimentos y bebidas, una reducción del 20% en el tiempo de horneado del pan permite una reducción de energía en el proceso de cocción sin que se vean alteradas las características de textura de este alimento. Reducir este tiempo unos seis minutos permite que el almidón se gelatinice y que todos los otros parámetros estructurales sean similares a los de un horneado completo. Los expertos han conseguido los efectos similares mediante el uso de temperaturas más altas durante el mezclado.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Mermeladas y confituras, ¿son lo mismo?



Por José Antonio Barrionuevo,
Técnico Superior en Procesos y Calidad en la Industria Alimentaria


Cuando durante mis estudios del primer curso del Grado Superior en Procesos y Calidad en la Industria Alimentaria, dentro del módulo “Tratamientos de preparación y conservación de los alimentos”, tuve que realizar un trabajo monográfico sobre la mermelada, me encontré con cierta disparidad que llamó sobremanera mi atención. Tanto la llamó que decidí dedicarle en aquel trabajo de clase un apartado en exclusiva donde dilucidar las diferencias más básicas existentes entre dos productos concretos dentro de lo que se conoce en el mundo alimentario como confecciones de frutas: la mermelada y la confitura.


El C.A.E., Código Alimentario Español[1], en su capítulo XXII, “Frutas y derivados”, sección 2ª, dedicada a los “Derivados de frutas”, apartado “Confecciones de frutas” (3.22.27 C.A.E.), nos realiza una extensa relación de aquellas denominaciones de los diferentes productos que reconoce y que proceden de tales confecciones. Con este nombre genérico, Confecciones de frutas, se engloban todos aquellos “productos obtenidos a partir de frutas frescas o de sus zumos sometidos o no a un proceso de preparación mecánica previo, tratadas, en todo caso, por cocción con o sin materias azucaradas, y que se conservan posteriormente mediante procedimientos adecuados”, según nos lo define tal código. En este grupo tienen cabida alimentos como la compota, la confitura, la mermelada, la pasta, la jalea, la pulpa, la pectina de fruta, la pectina en polvo, los purés, la fruta hilada, la crema de frutas, las frutas en almíbar, la macedonia, la ensalada y el cóctel de frutas, la fruta confitada y, finalmente, la fruta glaseada. Cada uno de estos productos alimenticios posee sus características propias si bien en este artículo nos centraremos en buscar las diferencias más palpables entre mermeladas y confituras por ser ambos, desde nuestro punto de vista, los dos más populares y consumidos.
La mermelada nos viene definida por el C.A.E. como “la confección en que el azúcar está íntimamente mezclada con el fruto previamente tamizado y cuyo origen no se puede identificar morfológicamente. La riqueza en azúcares podrá variar entre el 45 y el 65 por 100, expresada en sacarosa”. Por su parte, la confitura es “la confección preparada con solución azucarada y frutas partidas irregularmente, pero cuyo origen puede reconocerse. La riqueza en azúcares no será inferior al 50 por 100, expresada en sacarosa”. A ambas definiciones podríamos unir, como un elemento diferenciador también en lo lingüístico, el concepto que tiene de ambos productos la Real Academia Española en su Diccionario. Para los académicos, la mermelada es la “conserva de membrillos o de otras frutas, con miel o azúcar”, con origen etimológico en el portugués marmelada, donde esta palabra significa “confitura de membrillo”, ya que membrillo en lengua portuguesa es mamelo (que, a su vez, procede del latín melimelum, palabra empleada para designar un tipo concreto de manzanas; de hecho, el vocablo latino deriva del griego melimelon, de meli, miel, y melon, manzana). Por su parte, la confitura es “fruta u otra cosa confitada”, y aquí su origen está en la palabra francesa confiture, aunque nos parece interesante conocer el significado del verbo confitar ya que este nos es definido como “cubrir con un baño de azúcar las frutas o semillas para hacerlas más agradables al paladar” o “cocer las frutas en almíbar”, sabiendo que el almíbar es azúcar disuelto en agua y cocido al fuego hasta que toma consistencia de jarabe. Curiosamente, almíbar es palabra que procede del árabe, que a su vez la tomó del persa mey be que significaba “néctar de membrillo”, lo que guarda una estrecha relación con el concepto ya explicado de mermelada y su estrecho vínculo con el membrillo.

Durante el desarrollo del trabajo al que aludía anteriormente, me di cuenta de que ambos conceptos, mermelada y confitura, suelen ser confundidos por la mayoría de los consumidores, si no por todos, ya que no se sabe distinguir a las claras cuándo es una y cuándo es otra. Incluso algunas marcas comerciales, de cierto renombre, como es el caso de la marca “La Vieja Fábrica”, marca registrada por el grupo Ángel Camacho, S.L. de Morón de la Frontera, llegan a usar uno, mermelada, para denominar su producto cuando deberían usar el otro, confitura. En este caso concreto, el producto que más se comercializa sería, desde la óptica normativa del C.A.E., una confitura ya que la presencia de frutas partidas, fácilmente reconocibles, es más que evidente dentro del recipiente. La propia marca, en su publicidad, alardea claramente de la existencia de fruta, que no necesita foto de ella en la etiqueta porque se ve qué fruta se ha empleado. Sin embargo, el producto aparece marcado como mermelada. ¡Cosas de la mercadotecnia publicitaria!

Existen, por tanto, diferencias entre ambos productos confeccionados con frutas si bien también son patentes sus coincidencias o semejanzas. Entre estas estarían que mermelada y confitura se componen básicamente de un tipo de fruta seleccionada, con azúcares y agua. Estos dos productos, además, tienen también en común que proceden de la cocción de su fruta en almíbar (ya sabemos, una solución de agua y azúcar). Pero las diferencias comienzan cuando la mermelada es considerada como un producto con fruta tamizada, de difícil identificación, mientras que la confitura está constituida por trozos, más o menos grandes, de una fruta determinada que previamente hemos partido y que podemos reconocer sin excesiva dificultad.

Pues a pesar de las definiciones normativas que propone el Código Alimentario Español, estas difieren con la opinión de entidades que se dedican a informar y defender al consumidor. Hemos podido comprobar cómo la revista Consumer-Eroski[2] justifica, argumentando varias razones, que ambos productos alimenticios son diferentes entre sí, algo que resulta más que evidente. Pero las diferencias argumentadas no coinciden con las que descubrimos cuando leemos las definiciones del C.A.E. De esta forma, la revista mencionada opina que la mermelada se elabora con piezas de fruta enteras, troceadas o trituradas, con un contenido mínimo de un 30 % de frutas. Cuando tal contenido es igual o superior al 50 %, la mermelada obtenida adquiere el calificativo de “Extra”. Para el C.A.E., esta definición sería la adecuada para una confitura. Esta, por su parte, a diferencia de la mermelada descrita, se elabora, según Consumer-Eroski, con la pulpa o el puré de la fruta, es decir, como resultado de una mezcla, con cierta consistencia gelatinosa, elaborada con azúcares, la pulpa o el puré de la fruta elegida y la adición de agua. La cantidad de puré de fruta, siempre según la revista, deberá ser como mínimo de un 35 % y si el contenido es igual o superior al 45 %, también podrá ser calificada como confitura “Extra”. En este caso, tal definición queda más cercana de lo que el C.A.E. entiende como mermelada.

¿Cuál sería, por tanto, la definición más correcta y precisa para estos dos productos alimenticios basados en la fruta? Desde aquí entendemos que, por su rango legal, tendríamos que quedarnos con la definición que nos da el Código Alimentario Español, vigente aún con las modificaciones que ha recibido desde su promulgación como Decreto en 1967. Pero, curiosamente, es mayoritaria la coincidencia no con las definiciones legislativas sino con las que proponen revistas, como la mencionada, empresas y otras entidades que trabajan en el sector de la alimentación. Solamente, que hayamos podido comprobar, la empresa Hero da a sus productos el apelativo, correcto según el código, de confituras, distinguiendo entre ellas algunas con el nombre de “original” y otras con “original sin trozos”, calificando a estas últimas como “la mermelada de siempre”.

No queda bien definida, entonces, la denominación de los productos alimenticios conocidos como mermelada y confitura pero tal indefinición no desemboca, que lo tengamos claro, más que en una cierta confusión terminológica pero que, en ningún caso, supone daño alguno para la salud de los consumidores, ya que tanto una como otra están riquísimas, lo que queda demostrado en el día a día sobre una tostada con mantequilla, por ejemplo.
La polémica, vista desde nuestra óptica, podría estar servida pero sin ir más allá de lo anecdótico si bien nos parecía oportuno trasladar las diferencias mencionadas para que se sepa que sea mermelada, sea confitura, cada una tiene unas características propias y bien diferenciadas.



[1] Decreto 2484/1967, de 21 de septiembre, por el que se aprueba el texto del Código Alimentario Español. Presidencia del Gobierno. B.O.E. núm. 248, de 17 de octubre de 1967. Última modificación: 28 de diciembre de 2012
[2] Revista número 103, de octubre de 2006.

viernes, 16 de agosto de 2013

Aceiteras no rellenables para evitar manipulaciones

El MAGRAMA retoma el intento de regulación para prohibir las aceiteras rellenables en bares y restaurantes

- Imagen: Davina DeVries -El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA) ha retomado el intento de regulación por parte de la Comisión Europea para establecer nuevos requerimientos, con el fin de asegurar que el aceite de oliva puesto a disposición de los clientes en el canal HORECA (Hostelería, Restauración y Cafés) cumple con los requisitos de calidad y no facilita una manipulación inadecuada. Está previsto modificar el Real Decreto que regula la comercialización del aceite de oliva en sus diferentes variedades. El principal objetivo de esta nueva iniciativa es prohibir las aceiteras rellenables en bares y restaurantes. El artículo explica el beneficio que supone para el aceite de oliva la implantación de aceiteras no rellenables.
El MAGRAMA quiere defender el prestigio de un alimento tan español como el aceite de oliva. Para ello, planteará una regulación nacional que permita asegurar que no se rellenan las aceiteras en bares y restaurantes. Sobre este asunto, la Unión Europea se planteó modificar la legislación comunitaria, pero finalmente el tema no salió adelante debido a la polémica suscitada en algunos de los Estados miembros.

Beneficio general para el aceite de oliva

España ha retomado esta cuestión ya que considera de gran interés que el buen nombre del aceite de oliva no se manche a través de manipulaciones inadecuadas como aquellas que podrían apoyarse en el rellenado de las aceiteras. Los planteamientos del MAGRAMA satisfacen, en general, al sector productivo y a los envasadores, aunque no al canal HORECA.
La nueva iniciativa pretende evitar que se rellenen los envases con aceite de oliva que no corresponda
Es importante que valoremos la propuesta en su justa medida, dado que no solo se protegerá mejor un producto como el aceite de oliva, sino que también se beneficiará a los consumidores del canal HORECA, ya que ahora sabrán con exactitud el aceite que consumen, una opción que hasta ahora no era viable. Con esta iniciativa se quiereevitar que se rellenen los envases con aceite de oliva que no corresponda. De esta manera, se evita el fraude al consumir, la degradación de la imagen del producto y su calidad.
La medida propuesta enlaza con el refuerzo de un sector estratégico para España, puesto que, como se ha comunicado desde el MAGRAMA, "en los ochos meses transcurridos de esta campaña, las exportaciones de aceite envasado han supuesto el 67% del total enviado fuera (incluyendo graneles), lo que supone un mayor valor añadido y una mejora en la imagen", que con medidas como la propuesta se refuerza.

Aceiteras no rellenables, garantía de calidad

El planteamiento que se hace es el de evitar el rellenado de los envases, que no significa que sea imperativo el uso de envases monodosis. Lo que se pretende es que el sector de la hostelería-restauración ponga a disposición de los consumidores el aceite de oliva en formatos que sean irrellenables, es decir, se pueden utilizar otros formatos distintos a las aceiteras, siempre y cuando se asegure que no son rellenables.
El MAGRAMA responde a la retirada del proyecto de Reglamento comunitario para prohibir las aceiteras rellenables en HORECA con este proyecto de regulación nacional. Miguel Arias Cañete, ministro del MAGRAMA, indicaba recientemente "la obligatoriedad de que los aceites suministrados a los consumidores en hostelería y restauración en el territorio nacional se presenten en envases debidamente etiquetados y provistos de un dispositivo que los haga irrellenables", es decir, la obligatoriedad de botellas "con un sistema de apertura que pierda su integridad tras su primera utilización y con un sistema de protección que impida su reutilización una vez agotado el contenido original".
Es importante que no solo se asegure la no rellenabilidad de los envases, sino que también estén bien etiquetados para que los consumidores podamos tener la certeza que en efecto consumen aceite de oliva.

sábado, 3 de agosto de 2013

Yogur líquido y yogur normal, ¿en qué se diferencian?

La textura, el proceso de elaboración o las bacterias presentes son algunas diferencias entre los yogures líquidos, los cuajados y las leches fermentadas

  • Por ALMA PALAU FERRÉ
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  • 2 de agosto de 2013
- Imagen: Veganbaking -La oferta de yogures es amplia y variada: con azúcar o sin ella, con frutas o con cereales, naturales o con sabores, cremosos y desnatados... En ocasiones, cuesta elegir, ya sea porque apetece probar más de uno o porque las diferencias no están muy claras. ¿En qué se distinguen los yogures líquidos de los cuajados? ¿Cuál es la diferencia entre un yogur y una leche fermentada? ¿Y entre el yogur y la leche? El siguiente reportaje da respuesta a estas preguntas, explica qué es el yogur y cuáles son sus características nutricionales más destacadas, así como el papel que debe desempeñar en la dieta.

Yogur líquido y cuajado: similitudes y diferencias

El yogur es una leche fermentada, coagulada y acidificada por la acción de dos bacterias (Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus), que se obtiene a partir de la leche, ya sea entera, desnatada o concentrada, pero siempre pasterizada. Los microorganismos que producen la fermentación deben estar presentes, vivos y activos en el producto terminado en una cantidad mínima de 10 millones de colonias por gramo o mililitro, para permitir que tenga una fecha de consumo preferente de 28 días, con una conservación en frío (entre 2ºC y 5ºC).
La diferencia principal entre el yogur normal (cuajado, firme o aflanado según distintos términos utilizados) y el yogur líquido es la textura:
  • El yogur normal se incuba y enfría en el mismo envase, y se manipula con mucho cuidado para que no se rompa la textura.
  • El yogur líquido, en cambio, se agita con suavidad durante 5 o 10 minutos, a 20ºC, para que el coágulo se rompa y quede líquido, con textura "bebible", antes de ser envasado.
Además, antes de envasarlo, el yogur líquido puede ser tratado de tres formas distintas, que determinan la duración de su vida útil:
  1. Solo se enfría. Tiene una vida media de 20-24 días para su consumo.
  2. Se pasteriza. Entonces tendrá una vida media de 30-40 días.
  3. Se somete a un tratamiento térmico UHT. Podrá consumirse en 2-4 meses y será similar al "yogur de larga vida", cuyo nombre correcto sería "yogur líquido pasterizado después de la fermentación".

Los yogures y las leches fermentadas

Junto al yogur líquido tradicional encontramos en el mercado otros productos muy similares, como leches fermentadas. Se comercializan también para beber, pero según la legislación vigente, no son yogures. ¿Cuál es la diferencia? Que entre sus fermentos aparecen otras bacterias aparte de las típicas del yogur. Así, hay dos tipos de leche fermentada bebible:
  1. Las leches fermentadas bio, cuando en el proceso intervienen las bifidobacterias (Bífidus), como Bifidobacterium bifidum oBifidobacterium longum.
  2. Las leches fermentadas probióticas, cuando el proceso se realiza con Lactobacillus casei oLactobacillus acidophilus.
En realidad, todos los yogures son probióticos al contener microorganismos vivos en el producto final y ejercen un efecto beneficioso en el organismo, más allá de su valor nutricional. Sin embargo, en el ámbito comercial, se reserva este término a las leches fermentadas que contienen los lactobacilos que se han mencionado.

El yogur y la leche: cinco características nutricionales

La composición del yogur líquido y del resto de leches fermentadas (bio y probióticas) es similar a la de la leche de la cual proceden, aunque existen pequeñas diferencias. Estas son las principales:
  1. La lactosa (hidrato de carbono):
    • Disminuye, pero no desaparece, debido a la acción de las bacterias lácticas, ya que en la fermentación la lactosa se transforma en ácido láctico.
    • En algunos casos, además, se añade leche en polvo durante el proceso y esto aumenta el contenido en lactosa en el yogur líquido. Esto supone que el yogur líquido, y cualquier tipo de yogur, es mejor tolerado que la leche, aunque las personas con intolerancia a la lactosa deberán estar atentas.
  2. Las proteínas:
    • Son ligeramente digeridas durante la fermentación y esto es positivo para nuestro organismo, que tendrá más facilidad para su absorción (si bien calentar la leche también ayuda en la absorción de las proteínas).
    • Cuentan con un alto valor biológico. La proteína de la leche destaca por su alto contenido en lisina, un aminoácido que escasea en las proteínas de los cereales. Por eso, cuando se combinan estos dos alimentos (yogur con cereales), el resultado es de un valor nutricional mejorado.
  3. La grasa:
    • La grasa de la leche es saturada y, aunque es poca cantidad, se tiende a eliminarla; el consumidor prefiere adquirir los lácteos desnatados o semidesnatados.
    • También hay una tendencia creciente a enriquecerlos con otros tipos de grasas más cardiosaludables, como los ácidos grasos omega-3 (de origen marino) y el ácido oleico, del aceite de oliva. Pero cabe destacar que para consumir los mismos ácidos grasos omega-3 que encontraríamos en dos sardinas pequeñas, haría falta beber 14 vasos de yogur líquido enriquecido con este tipo de grasas. Así, es preferible una alimentación variada frente a los alimentos enriquecidos.
  4. Vitaminas:
    • Los lácteos son una de las fuentes principales de vitamina D, que se halla en la grasa de la leche.
    • Como consecuencia de la fermentación, se produce un incremento en los niveles de algunas vitaminas, como tiamina (B1), riboflavina (B2), piridoxina (B6), niacina y, sobre todo, de ácido fólico, mientras disminuyen las concentraciones de vitamina B12 y C.
  5. Minerales: el yogur líquido, al igual que el resto de bebidas lácteas fermentadas, es un excelente recurso para aportar calcio al organismo, no solo por la cantidad que presenta, sino porque al ser más ácido que la leche facilita su asimilación.

El yogur en la dieta: consejos prácticos

Por su valor nutricional, el yogur líquido y el resto de bebidas lácteas fermentadas son alimentos de alto valor nutritivo, aconsejables a cualquier edad y, en especial, para personas que no toleran bien la leche, ya que se trata de una leche predigerida de fácil asimilación. Es conveniente:
  • Tomar algún yogur, líquido o no, a diario. El que sea más apetecible en cada momento.
  • Comerlo con fruta o con cereales para realizar un desayuno o merienda más completos.
  • Cuidar el consumo de lácteos en situaciones especiales: niños en crecimiento, embarazo, lactancia, menopausia y tercera edad.

jueves, 25 de julio de 2013

FRUTAS FRESCAS DURANTE MÁS TIEMPO


La empresa española Cryosalus patenta un sistema que alarga la vida útil de la fruta por dos años


Recuperar la textura, el sabor, el aspecto y el aroma originales de una pieza de fruta tras dos años de su recogida del árbol, esto es lo que ha hecho posible el innovador sistema español ‘Hibernación’ patentado por Cryosalus System, que consigue conservar las cualidades organolépticas de la fruta, manteniendo el nivel bacteriológico que tenía antes de su tratamiento


Tras cinco años de investigación y desarrollo, el grupo de investigadores de Cryosalus ha logrado un producto final mejor que el existente actualmente a nivel mundial, superando la fase inicial de ensayos y presentando sus productos en varias ferias sectoriales como Alimentaria y Gourmets, donde han despertado un gran interés.

Las frutas y hortalizas hibernadas de larga duración permiten al consumidor final disfrutar de un alimento sano y en su estado óptimo de madurez en el momento que desee, independientemente de la época en que hayan sido cosechadas. Esta supone también una potente ventaja para restaurantes y hoteles, que podrán servir a sus clientes fruta ya pelada y cortada de temporada durante todo el año.

Tras realizar un detallado estudio del mercado y comprobar el avance conseguido con esta tecnología frente a la fruta congelada existente hoy en día, la firma tiene el objetivo de ampliar su capital para producir y comercializar el producto.

Frutas frescas y nutritivas todo el año

Con la nueva tecnología, Cryosalus creó la marca Durafruit y quieren lanzarla en todo el mundo, con plantas de producción en diversos países, a través de una red de distribución propia que permitirá adquirir la fruta hibernada en los supermercados por poco más de un euro la bolsa. Para ello se estima una inversión de unos 700.000 euros, para la cual la empresa ya ha puesto en marcha un sistema de financiación de crowdfunding[1] con el que se están canalizando diferentes aportaciones de éxito para alcanzar la cifra requerida.

Fuente:





[1] Término inglés para definir los conceptos de financiación colectiva, financiación popular, micromecenazgo o el más tradicional de suscripción popular.

domingo, 14 de julio de 2013

Made in Spain: Helados


El siguiente vídeo corresponde al Programa "Made in Spain" de TVE que fue emitido el pasado 10 de Julio en la 1 de TVE, en el vídeo se explica de forma resumida el proceso de elaboración de diferentes tipos de helados.


jueves, 6 de junio de 2013

Nunca es tarde....


¿Qué hace un filólogo, de cincuenta años, en un laboratorio de análisis de alimentos? Suena a pregunta absurda, pero no lo es. Y además tiene hasta varias respuestas claras: aprender una profesión, graduarse como Técnico Superior en Procesos y Calidad en la Industria Alimentaria y buscarse una vía alternativa, totalmente novedosa, que le permita acceder nuevamente al mercado laboral.

Tal es mi caso personal y en ello estoy. De momento, realizando las prácticas laborales (la Formación en Centro de Trabajo, como dice la Administración educativa), en un laboratorio de Estepa, Eusalud Ostippo, completando esa formación teórica-práctica, al menos en lo que a análisis microbiológico se refiere, que en estos dos últimos cursos he recibido en el I.E.S. ‘Aguilar y Cano’.

Cuando hace precisamente dos años, y después de otros tantos sin encontrar empleo (¡la crisis, dichosa crisis!), tuve la iniciativa de acercarme a nuestro centro para interesarme por la oferta de ciclos formativos, ni yo mismo podía imaginar que, dos cursos y no sé cuántos exámenes y trabajos monográficos más tarde, iba a hallarme a punto de obtener el título de técnico superior en algo que, en aquel momento, no tenía ni idea de qué se trataba ni para qué servía. En aquella entrevista fue clave para mi posterior decisión el profesor Javier Serrano (la profesora Lola Carrasco también me informó amablemente sobre el ciclo de Administración y Finanzas). Sí tenía claro que necesitaba un giro radical, de 180 grados, algo totalmente diferente a lo hecho, algo que volviera a ilusionarme en el día a día. Fue así como decidí matricularme en el Ciclo Formativo de Grado Superior en Procesos y Calidad en la Industria Alimentaria. A Javier siempre le quedaré agradecido por su ánimo y empuje en aquella primera cita.

Para alguien que ya estaba bastante alejado del sistema educativo (eso sí, tras conseguir una Licenciatura en Filología Hispánicas por la Universidad de Sevilla, allá por los años ochenta, y tres años de inglés en una Escuela de Idiomas, por enseñanza libre, en los noventa), volver a estudiar parecía tarea nada fácil. No obstante, soy de los que piensan que el ser humano es animal de costumbres, que uno se adiestra en todo aplicando esfuerzo y tesón y poniendo mucho amor propio, que uno es capaz de vencer los obstáculos más complejos que le puedan salir al paso. En esta adaptación al medio, obviamente, no me ha faltado nunca el apoyo de mi familia -Lola y Pablo-, porque he de confesar que sacrificios hay que hacer, y muchos, como muchas son asimismo las horas de dedicación y, ¿por qué no decirlo? de desvelo. Pero ya se sabe: quien algo quiere, algo le cuesta.

Anécdotas en estos dos años, muchas. Tampoco se trata de hacer una retahíla de situaciones, más o menos divertidas, así que solamente contaré cómo fui considerado en numerosas ocasiones un profesor durante las visitas que realizábamos a las empresas (terminé haciendo una tarjeta que decía: “No se confunda, soy alumno”); también cómo se extrañaron cuando acudí a matricularme porque era “de letras” y el grado a inscribirme era de “ciencias y laboratorio, de biología ” (“todo se aprende”, fue mi comentario) o cómo cuando entré por primera vez en el laboratorio, con mi bata blanca (sigo diciendo que me sienta como a un santo dos pistolas pero, eso sí, la llevo con cierta dignidad), un espacio este que no había nunca conocido porque en la enseñanza de antes los laboratorios eran “virtuales”.

Y aquí me veo estos días primaverales de mayo, preparando medios de cultivo, esterilizándolos en autoclave, repartiéndolos en placas de Petri o RODAC, haciendo diluciones seriadas, manejando pipetas Pasteur, analizando muestras de alimentos, recontando colonias bacterianas y algunas otras tareas propias de cualquier laboratorio de análisis alimentario.
¿Qué hace, por tanto, un filólogo en un laboratorio? Aprender una profesión que puede serle muy útil pronto (así lo desea), cuando salga de nuevo al mercado laboral, oscuro mercado hoy, que todos confiamos en que pronto recupere la luz que necesita y necesitamos.

No quiero ser ejemplo ni de nada ni para nadie. No es mi forma de ser y tampoco creo que mi actitud sea ejemplar. Pero sí quisiera que estas palabras sean para quienes las lean una invitación a la reflexión sobre cómo estamos obligados a mejorar, a ampliar los caminos de nuestra vida, a buscar nuevos derroteros cuando algunos, por las circunstancias que sean, se vean cortados; a formarnos, en resumidas cuentas, para ser mejores, que no los mejores. Posibilidades las hay y lo que hace falta son voluntades. Porque aprender no tiene edad y tampoco excusas. Nunca es tarde…

No quisiera terminar sin recordar aquí y ahora a mi clase, a mis compañeras y compañeros: a Fernando, María del Mar, Clementina, Sandra, Pili, Ana, Patricia, José Manuel, Maricarmen, Inma, María, Rebeca, Carlos (que, por trabajo, solamente estuvo con nosotros el primer curso), Francisco (que tuvo un primer año complicado y ahí sigue, batallando) y a Álvaro, ¡cómo no mencionarle de manera especial!, quien se vino de Huelva cuando también se quedó en desempleo, con quien tuve una mayor afinidad que con el resto, seguramente por una casi similar edad, para convertirse finalmente en amistad. El tiempo dirá lo que seremos capaces de hacer, mas estoy seguro de que lo que sea será bueno, porque somos buena gente.

Tampoco puedo olvidar a mis profesoras y profesores de estos dos cursos: a Teresa Párraga, María del Carmen Pérez, Manuel del Real, Susana Maldonado, Juan José Martínez, María José Montaño y, al ya mencionado, Javier Serrano. Todos ellos grandísimos profesionales de la enseñanza, que dan en cada clase lo mejor que tienen y saben, a pesar incluso de las muchas carencias que padece nuestro ciclo formativo.

Nada más. Como de bien nacido es ser agradecido, mi gratitud sincera, de corazón, a todos quienes han hecho posible que haya podido aprender algo nuevo, algo diferente, algo que llevaré por siempre en el equipaje de mi vida.


José Antonio BARRIONUEVO MARTÍN
Técnico Superior en Procesos y Calidad en la Industria Alimentaria
(hasta junio, en prácticas laborales en empresa)

Mayo de 2013.

lunes, 3 de junio de 2013

ELABORACIÓN DE HELADO

Os dejo las fotografías de la elaboración de helado y barquillos realizados por los alumnos de 1º de Procesos y Calidad en la Industria Alimentaria.

Helado de Turrón



















Envases para helado




Elaboración de Barquillos