martes, 28 de enero de 2014

Un mito más a desmitificar en los alimentos congelados: su sabor es diferente al de los frescos – (II)


Sabiendo ya que los alimentos congelados no son eternos (la actividad enzimática no se detiene, el contenido vitamínico disminuye con el paso del tiempo y las grasas pueden acabar enranciándose, generando malos olores y sabores), es importante conocer que no todos los alimentos van a caducar de la misma forma, existiendo comportamientos diferentes según el producto congelado, de ahí que debamos obligarnos a indicar la fecha de congelación de cada alimento congelado.
Algo nada baladí, por otra parte, es que sepamos distinguir la capacidad de congelación de nuestros electrodomésticos (frigoríficos o congeladores), una característica que se indica con el número de estrellas que posee el aparato, de forma tal que cada estrella supone 6º C por debajo de cero. Si como ya indicamos antes, la congelación ideal es la de -18º C, nuestro electrodoméstico (congelador del frigorífico o arcón congelador) tendrá que tener como mínimo tres estrellas. Con ello nos garantizamos que nuestros alimentos congelados no hayan perdido calidad ni supongan riesgo alguno en su consumo cuando los descongelemos.
Los expertos siempre nos recomendarán que nos acostumbremos a comprar alimentos ya congelados mejor que congelar por nuestros medios los alimentos frescos adquiridos. El motivo está en que nunca lograremos las bajas temperaturas ideales en el proceso doméstico de congelación, mucho más ineficiente que el industrial y también más lento, por lo que terminará repercutiendo en la calidad del alimento congelado.
Ya advertimos antes que es fundamental no romper nunca la llamada cadena de frío. Cuando se producen variaciones térmicas notables, las cualidades nutritivas de los congelados se reducen, apareciendo además fenómenos como la oxidación, el pardeamiento, el enranciamiento y otras características indicadoras de pérdida de calidad que pueden terminar desembocando en una reducción de las cualidades sanitarias del producto, convirtiéndolo en un peligro real para la propia salud del consumidor.
El mantenimiento de la referida cadena de frío y la exigible calidad de los productos que adquiramos, es decir, la materia prima, harán que sean mínimas las pérdidas de nutrientes cuando procedamos a su congelación. Un producto bueno que congelemos correctamente y que mantengamos en su adecuada cadena de frío, conservará todas sus cualidades perfectamente. A título de ejemplo, podemos referir que uno de los nutrientes más sensibles que se conocen es la vitamina C, presente en las frutas rojas (fresas, frambuesas, etc.) y en algunas verduras verdes. En estos casos, cuando se descongelan esos alimentos citados, las pérdidas vitamínicas pueden llegar hasta el 15 %, o incluso mayores a este porcentaje si además el proceso de descongelación no se lleva a cabo de manera correcta o se prolonga en exceso. Por su parte, carnes y pescados casi no suelen perder ni sus proteínas, ni sus vitaminas, ni sus minerales. En el caso de los pescados, se conservan prácticamente intactos los ácidos grasos, caso del omega 3, tan saludables para el ser humano.

Con estas revelaciones podemos afirmar que los productos congelados nada tienen que envidiar, en su aspecto nutricional, a los alimentos refrigerados o frescos. Es más, en el caso del marisco y del pescado, tendríamos que considerar que el calificativo de “fresco” solamente podríamos atribuirlo a aquellos productos pesqueros que han sido pescados o capturados el mismo día en que se pongan a su venta, se compren y se cocinen. Si no fuera así, el pescado o marisco congelados terminarían siendo en realidad mucho más “frescos”, en el sentido de menos deteriorados, que los que habitualmente llamamos pescado y mariscos frescos, productos del día.

Si es fundamental el proceso de congelación de un producto, y su posterior almacenamiento, no lo es menos el proceso a la inversa: la descongelación. Cada producto requiere unos pasos diferentes. Así, las carnes o pescados exigen una descongelación lenta y paulatina, iniciada en el interior del frigorífico y nunca a temperatura ambiente ya que podríamos dar comienzo a una contaminación indeseada del producto a descongelar.
Tras la descongelación, el consumo del alimento debe ser inmediato ya que, a partir de ese momento, los microorganismos que pudieran seguir presentes en él, supervivientes a la congelación, se reactivarán de forma tal que su proliferación será exponencial, más rápida incluso que si no se hubiera congelado el alimento.
Otros productos, como mariscos, verduras u hortalizas no requieren de una descongelación previa a su cocinado y manipulación, pudiendo ser echados directamente en agua hirviendo donde se mantendrán el tiempo requerido.



(continuará)