martes, 29 de octubre de 2013

No más zumo de frutas con azúcar

Un Real Decreto aprobado este viernes por el Consejo de Ministros veta el uso de azúcares añadidos en los zumos de frutas envasados
CARLOS G. CANO   11-10-2013 - 18:43 CET
"Antes, cuando los depósitos eran relativamente pequeños, a principios de temporada los zumos eran ácidos mientras que, a finales, eran muy dulces. Pero ahora, como las cubas son de millones de litros y todo queda mezclado, ya no es necesario igualar el sabor". Así es como Alfonso Mena, secretario general de la patronal Asozumos, explica el cambio en la normativa de los zumos. Un cambio solicitado por la misma industria y con el que España se ajusta ya a la directiva europea aprobada en abril de 2012.

Zumos de fruta

El Real Decreto regula también el uso de aromas, que pasa de ser obligatorio, en los zumos procedentes de concentrado, a simplemente "voluntario", explica Mena por teléfono. "Así ahorramos, porque en algunos casos eran muy caros, y adulteramos menos".
La nueva normativa podrá aplicarse también al tomate que, al no ser una fruta, quedaba excluido de la regulación vigente. "Ahora el tomate, aunque es un fruto u hortaliza, ya se considera como una fruta más, y a su zumo se le puede añadir sal, especias o hierbas aromáticas", señala el portavoz de Asozumos.
¿Zumo, néctar o concentrado?
La normativa europea distingue entre tres tipos de "fruta líquida", según Mena. El zumo es simplemente zumo, valga la redundancia, exprimido con procedimientos mecánicos y posteriormente envasado para su comercialización.

El "zumo procedente de concentrado", que supone un 90 % del total de la producción, es un líquido reconstituido tras la separación del agua y el concentrado de fruta (más fácil de conservar y transportar). El néctar, por su parte, indica que se ha disuelto la fruta en agua. Cuando el zumo es "demasiado denso o ácido, como pasa con el plátano o el limón", se rebaja para que resulte bebible.
Publicado en la Cadena Ser.

Algunas creencias sin fundamento sobre los alimentos congelados


José Antonio Barrionuevo,
Técnico Superior en Procesos y Calidad en la Industria Alimentaria


Ni que decir tiene que los productos congelados son, hoy por hoy, una parte destacada y fundamental de la alimentación del ser humano. Como suele ser habitual, en torno a aquellas cosas que nos resultan importantes suelen generarse numerosas falsas creencias, mitos sin fundamento alguno que nos hacen pensar más de lo necesario sobre qué es lo adecuado o no de esas mismas cosas de importancia.
Es lo que sucede con los alimentos congelados que han sido etiquetados con determinado mitos, algunos de los cuales se sustentan en una base real, si bien la mayoría son simple y llanamente leyendas urbanas, falsas de toda falsedad.
En este artículo intentaremos desmitificar cuatro de esas leyendas, quizá las más populares, con la finalidad de hacer ver que los congelados nada tienen que ver con esas creencias sin justificación.


Leyenda urbana número 1.
“Los congelados alimentan menos que los productos frescos”.
Que los productos que han sido congelados no poseen las mismas cualidades que aquellos que son frescos, no es verdad en absoluto.
Para rebatir esta falsa teoría podemos fundamentarnos en que la congelación industrial permite mantener y preservar el valor nutricional completo así como la frescura y sabor de los alimentos. A veces, incluso, llegan a ser más nutritivos que los propios alimentos frescos.
La base científica para tal afirmación radica en que, generalmente, un producto fresco es congelado casi de inmediato, prácticamente tras su recolección o tras su proceso de elaboración. Por ello, se puede afirmar sin riesgo a equivocarnos que los congelados sí mantienen las mismas propiedades nutricionales y las mismas características alimenticias que los alimentos frescos. El motivo: a -18º C, los alimentos se conservan perfectamente, preservando todas sus cualidades como producto alimenticio y, por ello, su calidad íntegra ya que no sufren alteraciones en su morfología.

Leyenda urbana número 2.
“Los productos congelados usan conservantes y sustancias añadidas artificialmente”.
Otra idea muy extendida sobre los alimentos congelados, que sin fundamento circula con cierta libertad, es aquella que piensa que la industria alimentaria añade durante el proceso de congelación determinadas sustancias artificiales para que ayuden a la conservación del producto antes de su comercialización. ¿Debemos creernos, pues, este mito infundamentado?
Hace miles de años, el ser humano descubrió, posiblemente de manera empírica, es decir, como fruto de su experiencia y de la práctica durante décadas, que el hielo impedía la degradación y el deterioro de los alimentos, comenzando a usarlo con el claro objetivo de conservar los productos de los que se nutría.
El proceso de congelación básicamente consiste en convertir el agua que los alimentos contienen de forma natural en su interior en hielo. De ahí que podamos considerar la congelación como un método completamente natural y saludable ya que mantiene y asegura, o preserva, la frescura y características generales de los alimentos durante un mayor periodo de tiempo, alargando por tanto la vida útil del producto, sin necesidad de que se tengan que añadir conservantes de ningún tipo para conseguir esa mayor durabilidad.
La explicación, muy clara, es la siguiente: ¿para qué se va a añadir ninguna sustancia conservadora si el frío es el mejor conservante que se conoce? Gracias a las bajas temperaturas, siempre por debajo de 0º C, punto de congelación para el agua, los productos que son congelados mantienen sus cualidades y aspecto en perfecto estado, como si por ellos no pasara el tiempo, como si hubiesen recibido un tratamiento antiaging, de antienvejecimiento.

Leyenda urbana número 3.
“Los congelados pueden ser almacenados sin límite temporal alguno”.
Muchas personas tienen la falsa creencia de que los alimentos congelados duran para siempre, como si fueran eternos, lo que no deja de ser o un despropósito o una inocente exageración. Por ello, en los envases de los alimentos congelados, en todos sin excepción alguna, aparece siempre indicada la fecha de caducidad del producto. De una forma muy genérica y tras haber realizado los oportunos y previos estudios científicos, los alimentos sometidos a proceso de congelación pueden permanecer en un congelador doméstico, sin sufrir alteración alguna, durante un margen temporal que se sitúa entre los 3 y los 12 meses.
Podemos, en resumen, garantizar que, si seguimos adecuadamente las indicaciones de los fabricantes, la completa inocuidad del alimento congelado. Pero ello no nos sirve para considerar dicho alimento como eterno. Si así fuera, nuestros congeladores se convertirían en una especie de museos alimentarios que conservarían sine die los alimentos congelados en su interior.

Leyenda urbana número 4.
“Todos los alimentos congelados se descongelan de la misma forma”.
Acudimos nuevamente a los envases del producto. En ellos, la industria productora nos indica cómo debemos consumir el producto adquirido. Observando diferentes productos seremos capaces de descubrir que no todos se descongelan del mismo modo. Así, a título de ejemplo, algunos ni siquiera necesitan descongelarse previamente, pudiendo ser cocinados de manera directa, nada más sacarlos del congelador. Es decir, sabemos, por tanto, que existen diversas formas de descongelar un producto, dependiendo de la tipología de este. Solamente tenemos que saber cómo proceder ante él, una información clave que nos suele facilitar la propia industria de proceso y que aparece, por norma general, en el envase.


Hemos descubierto, o al menos esa ha sido la intención, aunque de una manera muy rápida, cómo existen determinadas leyendas urbanas en relación con los productos sometidos a congelación que muchas veces nos suelen dejar helados, si no congelados. Esperamos, ese es nuestro deseo, que este artículo haya conseguido, en parte, derretir tales falsas creencias.


Fuente: Nestlé TV

viernes, 11 de octubre de 2013

ENCUESTA SOBRE EL ETIQUETADO


Encuestadas cerca de 1.000 personas sobre sus hábitos de lectura del etiquetado de alimentos

Solo uno de cada dos encuestados lee siempre el etiquetado de los productos.

El 94% cree que se utilizan términos excesivamente complejos y el 86% opina que debería modificarse
Ir a la compra no siempre es fácil. Las prisas, la búsqueda de los precios más competitivos, la pereza que a muchos le suscita el acto en sí... Todo ello provoca que en demasiadas ocasiones no prestemos toda la atención que merece esta actividad. Con frecuencia no somos conscientes de lo que compramos ya que solemos saltarnos leer el etiquetado nutricional de los productos. Se trata del principal medio de comunicación entre productor o distribuidor y consumidor, así como una herramienta clave para realizar elecciones debidamente informadas. Sin embargo, pese a que las etiquetas de los alimentos aportan datos muy útiles, no siempre reciben toda la atención que merecen. Por este motivo, EROSKI CONSUMER ha querido saber si los consumidores atienden realmente al etiquetado de los productos, si conocen y saben interpretar su significado y si lo consideran útil.
Para ello, la revista entrevistó durante el mes de agosto a cerca de 1.000 personas mayores de edad, todas ellas procedentes de las 17 comunidades autónomas. Como conclusión, solo una de cada dos personas encuestadas lee siempre el etiquetado de los productos que adquiere y de ellos, apenas la mitad entiende con frecuencia la información declarada. Es más, aunque un 78% lo consideran una herramienta útil, solo a la mitad le influye siempre en la compra. Puede que esto se deba a que el 94% de los encuestados cree que se utilizan términos excesivamente complejos y el 86% considera que en el etiquetado deberían realizarse modificaciones.
Leer la etiqueta: no es un hábito para todos
La función del etiquetado en los alimentos es la de informar sobre lo que contiene un producto y su existencia responde a uno de los derechos básicos del consumidor: "la información correcta sobre los diferentes productos o servicios y la educación y divulgación, para facilitar el conocimiento sobre su adecuado uso, consumo o disfrute", según el artículo 2.1.d de la Ley General 26/1984 para la Defensa de los Consumidores y Usuarios.
Aun así, pese a disfrutar de este derecho, ¿el consumidor final lee la información que se le ofrece en cada producto? En la encuesta realizada por EROSKI CONSUMER, una de cada dos personas entrevistadas dijeron hacerlo siempre, pero otro 45% confirmó que solo a veces y un 5%, nunca. Por provincias, todos los encuestados manchegos, valencianos y riojanos aseguraron leer la etiqueta frente a uno de cada diez gallegos, cántabros y castellanoleoneses entrevistados que aseguraron no hacerlo nunca. No hay diferencias apreciables por sexo, pero sí por edad. Entre quienes confirman esa lectura, son los más jóvenes de entre 18 y 34 años quienes lo hacen siempre en mayor proporción, un 58% de ellos. Por su parte, el 47% de los mayores de 55 años examinan las etiquetas solo a veces.
La fecha de caducidad, lo que más se lee
Casi la mayoria de los encuestados (93%) que afirman fijarse en el etiquetado lee siempre la fecha de envasado y caducidad o consumo preferente, otro 81% también dice prestar atención a la información nutricional y un 72% pone sus ojos en la lista de ingredientes y alérgenos.
Tanto por edad como por sexo y procedencia, el dato en el que se fijan los encuestados en mayor proporción es la fecha de envasado y caducidad o consumo preferente (el 93% de ellos) y en menor proporción al nombre o razón social y dirección del fabricante (el 31%). Aun así, se produjeron algunas excepciones. Los jóvenes de entre 18 a 34 años se fijan en mayor medida en la información nutricional (el 90% de ellos), al igual que los asturianos encuestados (el 96%). Los cántabros y gallegos entrevistados, por su parte, atienden más a la lista de ingredientes y alérgenos (el 93% y el 85% de los encuestados allí respectivamente)